domingo, 1 de abril de 2012

Finalidades de Eta


Antonio GARCÍA TREVIJANO
En teoría, toda organización se define y desarrolla en función de los medios puestos al servicio de sus finalidades. Pero en la práctica, este principio se altera cuando los medios tienen una dinámica propia opuesta a la de los fines perseguidos. Las Cajas de Ahorro, por ejemplo, son altruistas en los fines y lucrativas en los medios. Sería superficial calificarlas como empresas benéficas o sólo como bancarias. Aunque su duración y su éxito no dependa de la fidelidad al fin gratuito, sino de la puesta en acción diaria de la lógica lucrativa propia de sus medios.
   Algo similar ocurre con las organizaciones terroristas de tipo político. La finalidad teórica de Eta, la Independencia de Euskadi con Estado propio, es de orden espiritual. Tal ideal de vida extraordinaria comunica al grupo la vivencia heroica de sus acciones mortíferas. El hecho de que mate y extorsione no se opone al ideal puesto que antes de emprenderlo lo consideró como «banalidad» del mal necesario para alcanzar su bien supremo. La contradicción entre fines humanos y medios inhumanos es superada por la banalidad del mal ajeno. La larga duración de Eta se debe a la gloria que sus miembros alcanzan a diario, en el cerrado mundo del radicalismo abertzale, con sus atentados mortales. Sin repetición constante de momentos de gloria, Eta no sobreviviría.
   Este elemento nos brinda un camino hacia la disolución de Eta, hacia la muerte espiritual de las fuentes que alimentan sus sueños de gloria. Eso no está al alcance de las instituciones represivas, ni de la condena moral cualificada por el sentido que la prensa atribuya a cada atentado singular, según la profesión de la víctima. Todos los medios de información se equivocan en este aspecto. Y, sólo por miopía, aumentan de modo inconsciente la gloria de Eta dando a sus atentados un significado político que no tienen. Hay que decir la verdad real. Mucho menos gloriosa para ella que la propagada. Eta sólo atenta contra la paz y la vida. Eso basta a su objetivo: socavar la resistencia de los que se oponen a sus fines independentistas.
   Eta sólo procura la mayor repercusión de sus atentados en los medios de comunicación. Si mata a un dirigente del PSOE o del PP no es porque esté contra la libertad de asociación. Si asesina a un periodista no es para atentar a la libertad de expresión. Eta es consciente de que con esas libertades va ganando terreno su ideal de autodeterminación pacífica del País Vasco. Ya no cree en una Independencia que las armas puedan ganar. La selección de sus víctimas dentro de gremios especiales obedece a la conocida ley de propagación del eco.
   La propaganda exasperante de la mítica y la mística del terror añade propósitos cualitativos que el atentado desconoce. La mente de Eta es simple, pero no tonta. Y su gloria nunca ha sido tan grande como ahora. J. L. Cebrián y P. J. Ramírez, responsables de los primeros periódicos de España, nada objetarían a una Independencia pacífica salida de las urnas. Eta está pues en el buen camino. En el momento que esta idea sea dominante, dejará las armas y habrá vencido.
   La libertad de expresión es para mí sagrada. Hasta el punto de no admitir delito de opinión. El Estado que rechaza la defensa de ideas antiliberales no corresponde a una sociedad democrática que confíe en sus valores. Teme que la menor falsedad, hecha pública, la destruya. Lo que clama al cielo no es la libertad de expresión de los cebrianes y los ramírez para difundir sus falsas creencias sobre el inexistente derecho de autodeterminación, sino la imposibilidad de replicarles en sus propios medios para poner de evidencia su desprecio de lo que es democracia y libertad. Si la gloria la define el infierno, las invenciones infernales de la prensa forjan la de Eta. Si es beatitud, la autodeterminación divina de los dos «liberalísismos» se la da.